viernes, 22 de mayo de 2009

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Sonido Seco, crepita ese hueco. Vacío.

Nada raro. Aire de esferas rojas, el marco del balcón es otra obra de la galería, florecen argonautas en la estepa, un suelo de puntillas rotas, una espiral que asciende al infierno, una risa mecanografiada, un salón blanco en ceros, luminosa y desquiciadoramente eterno.

Golpeo el cristal de la inopia sucesiva, del a sala de información.

[Señorita me mira a los ojos]

Atención en cinco minutos. No lo sé. No tengo reloj, no avanzo en el tiempo, si lo hago, no se si lo hago en este.

Entro.

Hojear el cielo. Mi terapia.

Recordar en el tiempo. No puedo. Simbiosis de sueños y elementos. Y me preguntan, no respondo, yo lo ignoro. Los ojos como dos copulas brillantes permanecen desnudas al cuestionario necrológico para los pacientes. El interrogatorio lame las raíces de los sueños, me hace temblar los pies, pero yo no recuerdo, solo veo.

Una lista algorítmica, la aritmética de mis ojos.

Dos hojas, un pliego. He descrito mi casa y el cielo.

Otra vez. Terapia. Hojear el cielo.

No se entienden mis dibujos, no se ve el cometa en el cielo. El veredicto dice: lista de números indeterminados sin conexión aparente.

Volveré, les deletrearé el cielo, cantaré en un monte donde la tierra aún pare puntillas el color del universo.

Despierto.

Las esferas rojas llenan de nuevo mi silencio, y no respiro, duermo.

El aire no alimenta mis pulmones y la realidad no combina con mi cuerpo, los cocteles de gala me escupen en la cara y sus risas augustas me queman el cerebro.

No puedo.

Navego.

Hace mucho que el mar no es más que una insabora obra del puntillismo geológico.

Hace más que la tierra empezó a parir puntillas y lanzar aforismos en forma de perfumes finos.

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