viernes, 7 de agosto de 2009

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Para llegar a casa de W salimos dos horas antes, estamos justo en los extremos del manojo de de hilos que son esta ciudad.Al parecer la maraña tira cada día más a los polos opuestos o nuestro movimiento es infinitesimal y apenas se dibuja una rayita por donde pasan las uñas, los dedos, los cuerpos.

Las sillas rojas.
Entrar al transmilenio me resulta internamente intimidador, me comprime la cabeza en una masita de nada y burbujas de tensión líquida.Sólo puedo oír música con un audifono y leer un libro con el lapicero azul con una punta enterrada en el aire, y yo blandiendo la pequeña espada, torciendo al ambiente que se vuelve viento.No puedo ver a la persona que se para frente a mi puesto, no a la cara, ni sus gestos, apenas los dedos en los tubos de color gris, Por eso duermo.Allí la consciencia se torna insoportable, caústica y demónica, pero ibamos los dos y G. me pedía el diario, el con su lectura oxidada y con letras de carbón, yo con la mirada en el marco de la ventana sin asientos y deletreando ese texto.

Diez pies se mecian delante de mis tenis negros: ritmo suave, calle sin huecos; el de gorra roja que parecía estepa preguntaba sobre 32,21 y el bermellón de color azúl respondía que no, que 10,23, yo decía que 00,89.Finalmente se bajó; G me miraba de reojo por mi respuesta: pensaba mandar por una callejita de lata al señor de la estepa, le dije mal, le avisé mál un poco a sabiendas de los eclipses de mediodía, un poco culpable por lo de siempre y por lo de nunca, mis apreciaciones tan equi-distantes de acá, cercanas a la no-sé-qué-cosa, llenas de maracas y sonrisas, de abedules abrazados.
G: Una acusación malsana en el tiempo de cuatro ruedas.En los viajes dilatantes. Y algún día , en algun voyage entenderás los ojos que temen las manos vecinas y a las flechas que señalan extintores donde no hay nada.Igual que el chico de la estepa te bajarás

Nos miramos.G y C

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