
Y uno quisiera estar entre la página 72 y 73, enredado en alguna vocal retorcida y las consonantes bien versadas, donde se leía:"...No ganaba nada con preguntarse qué ahcáia allía a esa hora y con esa gente, los queridos amigos tan desocnocidos ayer y mañana, la gente que no era más que una nimia coincidencia en el lugar y el momento"
No me afana terminar de leer el libro y apurar las letras hasta que se conviertan en un puré ilegible, basta la invocación a Errol o a Coltrane para musicalizar las letras, para creer que alguna vez existió la máquina de escribir con redondas blancas y negras.
Rayuela, una pequeña Biblia musical
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